21 mayo, 2008

Tunick, el Zócalo, y todos en pelotas


ea, ea, ea, cuando me di cuenta,
ya me había quitado la ropa…
junto con otras miles de almas que,
como yo, querían ser inmortales.
Todo comenzó como un juego, El Ro quería que cuidara sus “chapatitos”, y mientras se acercaba la fecha de magno evento, yo seguía fingiendo demencia... no tenía ni idea de lo que iba a hacer.
El viernes anterior a “ése” domingo, había recibido por la mañana un mensaje de El Ro: “Oiga pos voy a ir al dada mañana hasta que me corran y de ahi me voy al zocalo. Quiere ir al dada. La invito como la ves del té” [sic]. Decliné la invitación porque tenía planeado acompañar a La Cumpleañera al Girl’s Club a celebrar sus 28 primaveras. Por la tarde, estábamos La Nena y yo muy quitadas de la pena tomando un café en un Starbucks en el Centro Histórico; de pronto, sin saber por qué extraña razón, me escuché diciendo: “guey, ¿y si vamos a lo de Tunick? Ella me miró, y como acostumbra, me dio el avión (junto con su cara de: “estás bien pendeja”) y me dijo: “sí, vamos”. En ese momento algo sucedió dentro de mi cabecita loca, algo hizo crack, y desencadenó lo que aconteció después.
—Es algo que sólo pasa una vez en la vida —le dije a La Nena.
—Deberíamos ir… ¿por qué no?, anda anímate.
Y ahí quedó todo (hasta ese momento), seguimos chismorreando, terminamos nuestras bebidas y después, cada quien se fue para su casa.
Llegué a mi hogar con la idea rondándome la cabeza. Mi Santa Madre me dijo: “Si tienes curiosidad, pues ve. No te quedes con las ganas. No quiero que después te arrepientas por no haber ido” (sabias palabras las de mi amá). Empezaron los mensajitos con El Ro y con La Nena. Entonces, tomé la decisión: le hice saber a El Ro que sí iba a encuerarme con él al Zócalo y que La Nena nos acompañaba (ya la había medio convencido con mis poderes telepáticos vía msm). El plan era el siguiente:
  1. Llegar al Dada X, antro darketón (ja,ja) ubicado en la calle Bolívar, cerca del Salón Corona y de El Charal, en el Centro Histórico.
  2. Estar ahí un rato, echar la chela, un bailongo al ritmo de Depeche Mode y después, entrada la madrugada, descolgarnos al Zócalo para el chou (la cita era a las 4:30 am).
  3. Regresar a nuestros respectivos hogares.
Todos quedamos conformes, nos mandamos besitos, nos deseamos buenas noches, y nos fuimos a dormir... ¡Mentira! Después me fui a echar unas chelas con el Toño, pá ir agarrando ambiente para el siguiente día.
Sábado 5 de mayo de 2007, 1:00 pm; yo, cruda... pero sólo un poco. Fui al ciber que está a la vuelta de mi casa, entré a la página de Tunick en México y, sin pensarlo dos veces, me registré. Imprimí la forma de suscripción junto con la información que proporcionaba acerca de “la instalación”, como es que el hombre llama a sus obras. Regresé a casa. Me eché un baño y volví a acostarme, La Nena iba a llegar más tarde; por la noche nos iríamos al Dada y El Ro nos alcanzaría allá.
Llegó La Nena junto con El Amantísimo, su marido; se dieron la bendición, se besuquearon, se dijeron “te amo” y El Amantísimo remató con: “te diviertes mucho”. Nos quedamos solas (en la planta baja, porque mi amá estaba en la alta). Le preparé un te a La Nena, encendí un cigarro y empecé a ayudarle a calificar los exámenes de sus queridos y jumentos alumnos (ella da clases de literatura y etimologías en una prepa). No tenía ni la más remota idea de lo que se avecinaba, estaba yo tan tranquila, platicando, riendo, fumando… en ningún momento me puse a reflexionar que, en unas horas, estaría desnudándome junto a miles de tenochas más.
—Ya son las ocho —le dije a La Nena.
Nos pusimos presentables y, ¡listo! ¡Vámonos! No se por qué no me tomé la molestia de llevar La Bolsa (donde se suponía que guardaríamos nuestra ropa a la hora del encuere), creo que aún no estaba muy convencida de que en verdad iba a hacerlo. Salimos de casa y nos encaminamos hacia el metro. Llegamos al Dada a las 9:30 pm, compramos unas chelas y esperamos… Como a las 11:30 llegó El Ro, y estuvimos bailoteando y echando desmadre… después de dos horas, rodeados de borrachos que coreaban las rolas que el bombón David Gahan cantaba en el video de un concierto de la gira Playing the Angel, ya estábamos hasta el gorro: La Nena tenía cara de pocos amigos, andaba de agria y tenía harta hambre (nomás que no lo demostraba); El Ro, los ojos inyectados en sangre debido al sueño (parecía que andaba pacheco) y sin comer, a excepción de dos tutsis que había comprado en el baño de caballeros; yo, con sueño, aburrida y con un hambre de perro. Después de dormitar durante un rato en unas sillas de plástico, decidimos salir de aquel nefasto lugar en busca de algo para comer.
3:00 am. Llegamos al Pagoda, y cenamos opíparamente, menos El Ro (su intestino no se lo permite), sólo tomó un te de jazmín. A las 4:00 am ya íbamos camino al Zócalo, en 15 min ya estábamos en Madero… ¡Qué impresión! ¡La fila era enorme! Yo fui a formarme con los que ya estaban registrados, El Ro acompañó a La Nena a registrarse. La fila comenzó a avanzar… me acercaba a mi destino… Yo miraba hacia todos lados, buscando a alguien conocido, pero nada. Después de un buen rato, ya estábamos los tres juntos otra vez y avanzando hacia el Zócalo.
Llegamos a la plaza, eran como las cinco de la mañana, hacía frío y estábamos muy cansados... La gente seguía llegando. Nos acomodaron en la calle Monte de Piedad, muy cerca unos de otros de otros (me imaginé como en un campo de concentración, jejeje), no se permitía poner un pie en la plancha del Zócalo. La gente seguía llegando. Y esperamos… y esperamos… y esperamos… Unos dormían, otros platicaban o fumaban, creo que todos estábamos ansiosos de que empezara la diversión. Más de una hora nos tuvieron ahí, tiritando y cabeceando. Después, se escuchó la muy esperada voz de Spencer Tunick, que estaba en lo alto de una escalera de mano, informándonos lo que iba a suceder a continuación: “Se van a desnudar completamente, no calcetines, no zapatos, no relojes…”. A mí como que todavía no me caía el veinte, me limité a tratar escuchar lo que ese hombre decía (el audio era horrible). Entonces, Tunick se dirigió al balcón del Hotel Magestic y desde ahí, nos explicó qué teníamos que hacer, cuando diera la orden, nos quitaríamos la ropa, la guardaríamos en La Bolsa (que yo no tenía) y la dejaríamos en el lugar donde estábamos parados, después caminaríamos hacia la plancha del Zócalo y ya ahí, nos daría instrucciones… continuará.

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