El corrector de estilo hace el trabajo más pesado dentro del equipo editorial. Debe leer el manuscrito línea a línea, palabra a palabra, incluso letra a letra, buscando errores gramaticales, ortográficos y de uso, mala sintaxis, metáforas mezcladas y non sequiturs. También verifica que se respete minuciosamente el estilo de la editorial, si lo hubiere.
Reemplaza el lenguaje sexista, así como las expresiones que podrían ser percibidas como discriminatorias en otros sentidos (raza, edad o etnocentrismo), controla que no se haga un uso excesivo de la jerga o el lenguaje coloquial, que no haya afirmaciones difamatorias o potencialmente ofensivas, así como tampoco plagio. El corrector de estilo verifica o solicita aclaraciones respecto de cualquier afirmación que parezca imprecisa, ya sea en un libro literario o de no ficción, y a menudo agrega datos faltantes (¿cuándo nació el director de cine Bernardo Bertolucci?, ¿quién lanzó para Cincinnati en el último partido de la Serie Mundial?, cuál fue la cifra de pesca mundial en 1987?), aun si ello implica buscar en varios libros de referencia o hacer media docena de llamadas telefónicas. Resulta de mucha ayuda si tiene buena memoria (¿la primera vez que apareció la expresión “teléfono prepagado”, en el capítulo 2, figuraba como “teléfono prepago”?); es esencial que tenga una actitud de cuestionamiento, incluso de sospecha.
Además, el corrector de estilo recibe instrucciones del editor de adquisiciones acerca de lo que debe controlar en el manuscrito y de los problemas específicos a los que debe estar alerta (por ejemplo, el uso excesivo de las cursivas para enfatizar) o desviaciones del estilo convencional (por ejemplo, el uso de argentinismos en lugar de un español neutro). El cuidado por estas circunstancias se transforma entonces en su responsabilidad.
El corrector de estilo funciona como el primer corrector de pruebas. Busca pequeños detalles, como signos de puntuación sin cerrar, paréntesis faltantes o cantidad incorrecta de puntos suspensivos (para indicar… que algo se ha omitido en una cita). Verifica que todas las notas al pie tengan el mismo formato y estén numeradas correlativamente, y que el número de los cuadros mencionados en el texto coincida con el de los cuadros mismos. Controla que no haya números transpuestos (por ejemplo, 1938 en lugar de 1983), verifica que cuando se mencionen varios porcentajes éstos sumen cien y le avisa al autor cuando el suéter o el lápiz labial de un personaje cambia de color en la misma escena.
En algunas editoriales es responsable de marcar el manuscrito para quien pare la tipografía (lo que se conoce como marcado tipográfico). Utiliza códigos especiales para mostrar de qué manera elementos tales como títulos de capítulos, subtítulos y títulos de cuadros aparecerán en la impresión. También instruye al tipógrafo respecto del formato que deben tener cuadros, listas, citas extensas (a bando), notas al pie y bibliografías; marca las palabras que deben llevar una tipografía especial (por ejemplo, negritas, cursivas o versalitas), e indica los puntos en donde se requiere un nuevo párrafo o un cambio de página.
Parte de la tarea del corrector de estilo es ocuparse de los pequeños detalles. Un corrector de estilo describió este aspecto de su trabajo en los siguientes términos: “Se parece un poco a lo que se solía llamar continuista o supervisor del guion en un estudio de filmación. La persona que verifica que el Sol salga siempre del mismo lugar y que el vino de una copa sobre una mesa esté al mismo nivel en cada toma. Tienes que ocuparte de que los detalles estén en orden para que pueda emerger la imagen total.”
Pero puesto que el corrector de estilo con frecuencia es la única persona que hace un trabajo intensivo en el manuscrito, puede tener que ocuparse también de los aspectos más generales. Los editores de adquisiciones, presionados por las exigencias del cronograma y por una larga lista de libros de los que deben ocuparse, quizá solo tengan tiempo suficiente para leer un manuscrito a grandes rasgos. Como resultado, es habitual que se encomiende al corrector de estilo la edición de contenido y la de estilo al mismo tiempo.
A veces se culpa a los correctores de estilo por la calidad deficiente que se percibe en la edición, pero el verdadero culpable es el tiempo limitado y los pocos recursos disponibles, o sea la presión de cumplir con los objetivos.
Perfil. En palabras de un profesional, “un corrector de estilo debe tener el hábito de sentarse y observar detenidamente la forma de las palabras”. Para ello, debe tener un buen ojo, lo que significa poder detectar errores e inconsistencias en el texto (puede no estar seguro de cómo se escribe correctamente una palabra, pero debe poder ver que lo que está mal en el texto, está mal). Debe tener, además de un profundo conocimiento de la gramática y el uso del lenguaje, una sólida educación y una gran familiaridad con una gran cantidad de temas, desde historia antigua hasta neologismos. Y, como todo editor, debe ser un lector voraz.
A estos rasgos deben agregarse pasión por la precisión, una curiosidad insaciable, una enorme paciencia, una avidez por detectar errores y una atención cuidadosa hacia los detalles.
La atención hacia los detalles es lo que separa la función del corrector de estilo de la de los demás editores. Un buen corrector de estilo es infinitamente puntilloso, está atento a pequeños detalles y siempre se tomará el tiempo de revisar el estilo de una frase por enésima vez hasta que esté absolutamente seguro de que lo tiene fijado en su cabeza.
También se siente cómodo trabajando a solas en su escritorio; no necesita una interacción constante con otras personas. Y sabe cómo usar el tacto y el criterio para hacer preguntas al autor o a otros editores. Finalmente, no teme tomar decisiones, consciente de que la responsabilidad editorial termina en él.
Manual de edición literaria y no literaria
Leslie T. Sharpe e Irene Gunther
FCE, 2005
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